
Él, un simple y común amante de la distorsión; simple soñador y voraz adepto de
“Pink Floyd”, adicto de los psicotrópicos y del vodka, sin embargo, aún le faltaba algo por conocer. Sin esperárselo, sin ni siquiera sospecharlo de pronto apareció lo inimaginable, lo irracionalmente inexplorado, era una nueva droga; su nombre más misterioso aún que sus efectos y su origen. Se llamaba
“la pastilla de la lectura crítica”; él, sin pensarlo, cerró los ojos y apresuradamente la tomó.